Por qué da hueva el discurso de izquierda: “No” de Pablo Larraín
Por: Luis Felipe Lomelí -
noviembre 21 de 2012 - 0:03 Lomelí en Sinembargo, LOS ESPECIALISTAS -
Leer todo el tiempo sobre
cuestiones ambientales te vuelve loco. O, como me dijo de forma más elegante
Joaquín Fernández en su departamento madrileño: “es sicológicamente
insostenible”. ¿Por qué? Porque toda la información es terrorífica, todo
afecta, todo contamina: cualquier cosa que hagas o dejes de hacer. El discurso
ambientalista es la catástrofe por excelencia, la tragedia. Bien saben de lo
que hablo todos aquellos que se hayan puesto a leer todos los días, por un
tiempo, notas sobre extinción de especies o cambio climático.
Lo curioso es que
pasa lo mismo con el discurso de izquierda. Piense en la última campaña de
Andrés Manuel López Obrador y sus intervenciones en los debates presidenciales:
se la pasó recordándonos, como si no lo supiéramos, que Antonio López de Santa
Anna, Gustavo Díaz Ordaz y Carlos Salinas de Gortari eran, entre otros, los
demonios de la historia nacional. Piense en Cuauhtémoc Cárdenas debatiendo
contra Zedillo y Fernández de Ceballos: se la pasó repitiéndonos ad nausem lo
que ya sabíamos, que “no podemos creerle al PRI…”. O si no, piense en cuántas
veces ha visto las mismas imágenes del 2 de octubre del ’68 en algún spot del
PRD.
Zombies, vampiros, mafias, fotos en blanco y negro, fraudes… sí, ¿y nada
más?
Lo mismo pregunta René Saavedra, el publicista protagonizado por Gael
García Bernal en la película “No”, luego de ver los spots de campaña de la
coalición opositora al régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Y es que los
spots se la pasaban repitiendo lo que todo chileno ya sabía: imágenes de la
represión, del bombardeo a La Moneda, cifras de muertos, de torturados, de
desaparecidos. Y a Saavedra le parece que con eso no se puede convencer a nadie
que no esté ya convencido.
Cuando los cuestiona, los políticos chilenos de la
película responden, curiosamente, más o menos lo mismo que contestaron los
partidarios de AMLO cuando se les preguntó por qué su candidato había
desperdiciado el tiempo en el debate: es que primero hay que informar al
pueblo, es importantísimo que esto se sepa, esto es lo que ha querido ocultar
la oligarquía todos estos años, etcétera. Mejor aún, cuando Saavedra les
pregunta que si con eso creen que van a ganar, ellos contestan que no, que todo
el proceso está arreglado. En resumen, que habrá fraude.
La película de Pablo
Larraín, ganadora en Cannes del Art Cinema Award este 2012, con guión de Pedro
Peirano inspirado en la obra “El Plebiscito” de Antonio Skármeta (el mismo de
“Ardiente paciencia”/”El cartero de Neruda”), está basada en hechos reales. En
1988, orillado por las presiones internas y externas, el dictador Augusto
Pinochet tuvo que convocar a un plebiscito popular que decidiera si continuaba
en el poder. Y se pensaba como un mero trámite, se pensaba que ganaría
holgadamente tal y como indicaban las encuestas antes de que se le diera un
giro a la campaña del “No”.
Y ganó el “No”, como todos sabemos. Pero también,
contra todo pronóstico.
El giro: la alegría.
Hay una secuencia determinante en
la película para este giro, y también esclarecedora. Los personajes buscan el
mejor enfoque para la campaña y le preguntan a una trabajadora doméstica qué
votará. Ella dice que votará “Sí”, por la continuidad de Pinochet. ¿Por qué?:
porque tiene trabajo y su hijo está estudiando. ¿Y los desaparecidos?: “no es
que no me importe”, dice la personaje y luego da a entender que prefiere pensar
en un futuro más agradable en lugar de seguir lamentándose por el pasado.
Eso.
Entonces el publicista y Democracia Cristiana deciden apostar por la alegría,
en una campaña con humor que casi parece comercial de Coca-Cola. Los más
radicales de la oposición chilena se marchan indignados e incluso uno de los
personajes socialistas los acusa –adivine de qué–: de compló, de estar confabulados
con Pinochet.
Ciertamente, el dolor de la tortura, del exilio, de los
familiares muertos o desaparecidos es arduo de remontar. Pero una campaña
política basada en la miseria parece que sólo puede hacernos sentir eso mismo:
miserables. Y un pueblo que se siente miserable difícilmente puede vencer el
miedo para salir a las urnas y buscar un cambio: un “cambio verdadero”, dijera
AMLO. En contraste, parece no haber nada mejor para vencer el miedo que la
alegría.
Más aún, repetirle al pueblo lo que ya sabe es tratarlo como idiota,
como infante mental. ¿Y quién quiere apoyar a alguien que lo trata como idiota?
¿Quién en México no identificaba ya como “demonios de la historia” a los mismos
que mencionó López Obrador en el primer debate presidencial?
“Muchísima gente”,
responden las huestes Amloístas. Falso. Pensar eso es un tremendo acto de
ingenuidad sino es que de prepotencia, soberbia y clasismo: nosotros los
inteligentes y educados te vamos a decir a ti, pobre baboso, estas obviedades
que seguramente ignoras: dos y dos son cuatro, el sol sale cada día y Carlos
Salinas nos sumió en la última crisis.
“Pero es que las nuevas generaciones no
lo saben”, insisten. Falso también. Lo han escuchado en casa desde niños sino
es que todavía está por ahí, entre los tiliches, la máscara de plástico de
Carlos Salinas que vendían en todos los semáforos.
Como dijera la personaje de
la película, no es que no importe sino que hay que pensar en un futuro más
alegre. Eso fue lo que hizo la oposición para invitar al pueblo chileno a
sacar, por medio del voto, al dictador Pinochet. Mostrar un arcoiris. Cantar
“Chile, la alegría ya viene”.
Es cierto que puede parecer superficial, que
parece banalizar el dolor y el pasado, tal y como le critican al personaje de
Saavedra durante la película. ¿Pero desde cuándo la alegría es sinónimo de
superficialidad? ¿A quién se le ocurrió que la tristeza y la tragedia son lo
único profundo, lo único que vale la pena?
Salvo excepciones, como “la ciudad
de la esperanza” y “ya es tiempo de que salga el sol”, el discurso de la
izquierda mexicana ha sido triste y trágico tal y como ha sido triste y trágico
el discurso ambientalista que lucha contra el cambio climático. Sicológicamente
insostenible, dijera Joaquín. Yo, prefiero la alegría como motor de cambio.
¿Usted?
Comentario: este articulo nos menciona que los discursos que ultimamente ha manejado la izquierda en nuestro pais podrian haber influido en el animo de la gente para no reaccionar a la hora de evitar el regreso del PRI al poder, insiste en que la actitud pasiva e "informativa" que implemento AMLO durante su campa&a, pudieron resultar contraproducentes para la misma, ya que como comenta el columnista "no estaba descubriendo el hilo negro.. todos saben que clase de políticos militan en el Pri, de hecho la gente estaba bien consciente del fraude que se llevaria a cabo y resultaba hasta insultante el remarcarles una y otra vez la misma historia. Aqui lo interesante es que el columnista propone un cambio de estrategia y ejemplifica el caso de Chile donde se le dio un énfasis positivo a la lucha contra Pinochet. cita a una pelicula ("NO" de Pablo Larrain, ganadora en Cannes este 2012) donde se muestra como el cambio de vision o perspectiva pueden darle un giro inesperado a la historia :"El giro".... la alegría.
Tal vez tiene razón, ya que es cierto que actualmente el pueblo mexicano se encuentra harto, fastidiado y hasta con "hueva" de seguir en una lucha donde muy bien se ajustaría el “no es que no me importe....pero prefiero pensar en un futuro mas agradable en lugar de seguir lamentandose por el pasado" y olvidar su realidad frente al televisor o comprando en alguna tienda.
Tal vez si se cambia de estrategia y se le ofrece al pueblo la posibilidad del cambio de una manera mas optimista que estarle repitiendo los demonios que lo persiguen y su destino fatal, tal vez de esta forma habria reaccion...Usted que opina??
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